¿Qué sucede en un museo cuando las puertas están cerradas, las salas se oscurecen y los últimos visitantes se han ido? Nuestro autor pasó una noche en el Museum Fünf Kontinente.
No soy una persona especialmente miedosa, no creo en los muertos vivientes ni en los fantasmas y no le tengo miedo a la oscuridad. Para ser honesta, me da más miedo aburrirme que ser perseguida por un fenómeno paranormal. O al menos eso creía... Cuando los últimos visitantes salieron del Museum Fünf Kontinente en Maximilianstrasse el martes a las 18:00 de la tarde, yo ya estaba esperando en la puerta principal. El plan era pasar la noche en el museo, entre más de cientos de máscaras, tallas polinesias y figuras ancestrales africanas.
En mi mente iba a ser como esa película de Ben Stiller. Pensaba que más que aterrador sería divertido, así que tampoco me preocupaba pasar mi propia “noche en el museo”.
En mi mente iba a ser como esa película de Ben Stiller en la que un museo entero cobra vida de la noche a la mañana. Pensaba que más que aterrador sería divertido, así que tampoco me preocupaba pasar mi propia “noche en el museo”. En primer lugar, conocí a la persona con quien iba a pasar la noche (porque no podía quedarme sola en este enorme edificio): Waldemar Werner es un hombre alto y tranquilo con una mirada amistosa. Se puede ver que no es de los que se enfada fácilmente.
Lleva vigilando el Museo Etnográfico por la noche desde 2010, pero nunca ha tenido experiencias paranormales durante sus turnos de 18:00 a 06:00. O al menos eso dice. "Bueno, si se activa un detector de movimiento en una sala en la no hay nadie, es una sensación un poco extraña", dice Werner. "Al final, la causa siempre es una corriente de aire o una mosca". Estoy segura de que el Sr. Werner me dijo la verdad. Durante mi visita, él se quedó en la puerta mientras yo exploraba los pisos superiores.
El Museum Fünf Kontinente es el antiguo Museo Estatal de Etnología en Maximilianstrasse. Se fundó en 1862 como el primer museo etnológico en Alemania. El edificio monumental de dos pisos, cuyo frente principal tiene casi 150 metros de largo, cuenta con cinco bloques con arcadas continuas y alberga 160 000 obras de arte de todo el mundo. En el interior, el museo se divide en diferentes áreas temáticas: Oceanía, África, América del Norte, Myanmar y algunas más.
Decido empezar la noche en Oceanía. "Pues nada, ¡que te lo pases bien!", me dice el Sr. Steinle, el encargado de prensa del museo con quien hice la cita, antes de despedirse y cerrar las puertas tras de mí.
Miro a mi alrededor: las salas de Oceanía están pintadas de rojo y bien climatizadas. En las paredes cuelgan máscaras de madera pintadas y algunas figuras me sacan la lengua. Hacia la esquina hay un pequeño guerrero con una extraña armadura. No hay ninguna luz encendida, a excepción de la tenue luz de emergencia. En realidad, se parece un poco a un tren fantasma histórico. Camino con cuidado entre las vitrinas, en primer lugar me gustaría tener una visión general. El suelo cruje a cada paso, como si las tablas estuvieran a punto de romperse. En las salas el silencio es tal que cada ruido leve suena exageradamente fuerte. En algún lugar, hay un medidor de humedad que suena como si fuera una bomba de relojería.
Por desgracia, me olvidé mi linterna. La función de linterna de mi teléfono solo funciona a medias: en el primer recorrido, me hice un lío con la pantalla y me di cuenta de que estaba un poco nerviosa. Después de todo, no solo se trata de un entorno extraño para mí, sino que además, en la oscuridad los contornos de algunas de las obras parecen tener forma humana, lo que me desconcierta un poco. Por ejemplo, hay una máscara de Papúa Nueva Guinea con ojos, nariz, colmillos de cerdo estilizados y plumas en la cabeza. Observar la máscara es interesante, pero cuando le doy la espalda, siento automáticamente que me están observando.
Camino en círculos a través de las salas de exhibición y paso al lado de antiguas redes de pesca y de una canoa de guerra con la proa en forma de cabeza de cocodrilo. Me pregunto cómo sonaría el tambor que usaban los guerreros cuando surcaban el Pacífico a bordo de esta canoa. Seguro que esta cabeza de cocodrilo ha visto mucha sangre. Giro a la derecha y camino hacia un mueble de cristal negro. Zas. Clac. La luz se enciende de repente. Me quedo petrificada del shock. Si grito en voz alta, ¿cuánto tiempo tardará Werner, el vigilante nocturno, en llegar desde la puerta hasta el primer piso?
Un segundo después me doy cuenta: vale, no pasa nada, solo ha sido un detector de movimiento. Me llevó un poco volver a tranquilizarme. En la vitrina, ahora iluminada, descansa una especie de cabeza reducida. Al leer que la cabeza reducida no era una cabeza reducida clásica, sino el cráneo de un antepasado pintado y con conchas pegadas en las cuencas de los ojos, me vuelvo a sentir un poco incómoda. Todos los objetos expuestos tienen una historia, cada uno cuenta una vida humana completa, ¡o incluso la vida de un pueblo entero! ¿Tal vez estos objetos tengan alma? Y si es así, ¿se despiertan por la noche y, como yo, deambulan sin rumbo por el museo? Me estremezco constantemente porque el suelo cruje o una puerta se cierra detrás de mí.
Además, me sigo sintiendo observada. Parece que los ojos del pequeño guerrero en la esquina me están siguiendo a cada paso, así que me acerco a él para cerciorarme de que hay ningún muñeco dentro de la armadura. Cuanto más me acerco, más me fascina la precisión de la pequeña armadura. Proviene de la isla de Banaba, en el archipiélago de Gilbert, y tiene casi 150 años. Leí en la pizarra que la coraza está tejida con cordón de fibra de coco entrelazado con pelo de mujer y el casco está hecho con la piel de pez erizo seca. Desafortunadamente, no tengo cobertura en el móvil, así que no puedo buscar en Google dónde está Banaba.
El problema con este pensamiento es que, justo entonces, me pareció que el guerrero se había movido de verdad. Es una tontería, lo sé, pero desafortunadamente el miedo no suele ser algo racional y puede incrementarse rápidamente.
Me imagino lo disparatado que sería si el pequeño guerrero se moviese de repente. El problema con este pensamiento es que, justo entonces, me pareció que el guerrero se había movido de verdad. Es una tontería, lo sé, pero desafortunadamente el miedo no suele ser algo racional y puede incrementarse rápidamente. Después de dos horas en Oceanía, ya casi me conozco la mayoría de la exhibición de memoria. Sé desde qué ángulo y con cuántos pasos tengo que acercarme a la vitrina con el cráneo del antepasado para que el detector de movimiento se active. Después de hacerlo diez veces, es hasta divertido. Me vengo arriba y decido ir a darme una vuelta por Myanmar. No es una muy buena idea.
En Myanmar hay un enorme Buda dorado y, ante él, unos guardianes del templo rojos de dos metros de altura. A juzgar por la expresión de la cara de estos guardianes, parece que no les hace mucha gracia verme, así que inmediatamente cumplen su propósito en la oscuridad: me voy por donde he venido. Esto ya era mucho para mí.
Poco a poco me va entrando el cansancio, así que voy a Oriente, puesto que he oído que allí hay un pequeño sofá esquinero y pufs en los que los visitantes se pueden sentar a ver películas durante el día. En el suelo, junto al sofá, hay libros para niños, lo que de inmediato me da una sensación de calidez. Por lo que puedo ver con la iluminación de emergencia, las paredes de Oriente están pintadas en un agradable tono turquesa. Aquí estoy a gusto. Este rincón de lectura será mi refugio para el resto de la noche.
Cuando el vigilante nocturno me recoge después de un par de horas, me había quedado medio dormida. El pequeño guerrero polinesio seguía en la esquina y la máscara con los colmillos de cerdos estaba colgada en su lugar. Quizás debería volver alguna vez durante el día para echar un vistazo.
www.museum-fuenf-kontinente.de
También es interesante: en la Larga Noche de los Museos, que tiene lugar cada año en octubre, los visitantes pueden descubrir la escena artística de Múnich incluso después de las horas de apertura - más de 90 museos abren sus puertas hasta las 2 de la madrugada, y el billete de entrada (15 euros) es también el billete de autobús que le lleva de A a B. Para aquellos que han adquirido el gusto por lo nocturno: Munich también alberga regularmente la Larga Noche de la Música, la Arquitectura y el Yoga.