En un margen del «Theresienwiese», con una impresionante altura de 18 metros, se erige sobre Múnich la estatua de la Bavaria, figura alegórica de Baviera. El primer coloso de bronce desde la antigüedad supone toda una proeza técnica.
El rey Luis I de Baviera encargó la monumental estatua en el año 1837. La rodea el Ruhmeshalle (Salón de la fama), en el que se exponen bustos de bávaros ilustres de los últimos siglos. Como monumento patriótico, el conjunto quiere recordar los méritos y la gloria de Baviera.
El arquitecto de la corte de Luis I, Leo von Klenze, y el escultor Ludwig Schwanthaler fueron los encargados de la creación de la Bavaria. El escultor Johann Baptist Stiglmaier de Múnich y su sobrino Ferdinand von Miller recibieron el encargo de realizar la estatua en bronce fundido.
Sin embargo, cuando la Baviera fue finalmente inaugurada en 1850, su creador Ludwig Schwanthaler ya había muerto y su mecenas Ludwig I ya no era rey.
«Nerón y yo hemos sido los únicos en hacer algo tan grande; desde Nerón, nadie más», afirmaba entonces el rey bávaro a propósito de su decisión. Y la verdad es que fue primera vez desde la Antigüedad que se creó de nuevo un coloso siguiendo el método clásico de procesamiento del metal. En lo que respecta a su aspecto externo, no obstante, la Bavaria poco tiene que ver con una estatua clásica: con piel de oso, espada, corona de roble y flanqueada por un león, sus rasgos son claramente germánicos.
La fundición de la Bavaria se considera una de las proezas técnicas del siglo XIX. El 11 de septiembre de 1844, con la extracción de la cabeza de la Bavaria de la cavidad de arena y su elevación en la calle Erzgiessereistrasse a cuatro metros sobre el suelo, Miller ofreció un espectáculo grandioso en presencia del rey: sorprendido e incluso desconcertado, Luis I vio salir de la colosal cabeza al menos a 28 trabajadores y dos niños, los hijos de Miller Fritz y Ferdinand. El rey no podía creer que no fuera un truco.
Cuando en 1850 la Bavaria pudo por fin ser inaugurada, su creador Ludwig Schwanthaler ya había fallecido y quien la había encargado, Luis I, ya no era rey.
¡De cuántas cosas ha sido testigo desde entonces la dama! Manifestaciones por la paz y desfiles revolucionarios después de la Primera Guerra Mundial, celebraciones de los nazis, bombardeos sobre su amada ciudad, la caída de un avión, un atentado, la aparición de un cráter.
"Nerón y yo somos los únicos que hemos hecho cosas tan grandes, nadie desde Nerón".
Lo que más le gusta contemplar es cualquier tipo de festejo popular en el Thereisenwiese, ya sea un circo, el festival de invierno Tollwood-Winterfestival, la Frühlingsfest (fiesta de la primavera), el Zentrallandwirtschaftsfest (Festival Central Agrícola de Baviera) y, cómo no, la Oktoberfest. También ha resistido sin ningún problema los trabajos de reparación tras el cambio de milenio. Apenas nota las patadas, que hasta cierto punto suenan huecas en su interior, propinadas por borrachos que apenas se tienen en pie pero que quieren ver a toda costa el prado desde lo alto. ¡Esperamos que nos siga observando por mucho tiempo!
La Bavaria tiene también otras caras. Desde la Bavaria más grande hasta la más antigua: en Múnich puede verse tanto la escultura original de Hubert Gerhard de más de 400 años Tellus Bavarica, así como una copia. Una réplica corona el «Dianatempel» del parque Hofgarten. A tan solo unos metros, puede verse de cerca la original en las salas de bronce de la Residenz.
Entre 2010 y 2018, Múnich ha presentado otra Bavaria: una vez al año, la artista cómica Luise Kinseher ha dado vida a esta belleza femenina bávara en el «Derblecken zum Salvatoranstich», un monólogo con motivo del espitado del primer barril de cerveza fuerte de Paulaner. En él, la madre amorosa a la par que estricta Bavaria les lee la cartilla a los „Großkopferten“ («peces gordos») de la política, con firmeza pero también con cariño.