Bajo la tendencia musical actual de la «Neue Volksmusik», la música con instrumentos de viento está viviendo un auténtico renacer. Nuestra autora se acerca a los puntos neurálgicos de este mundillo en Múnich y sus alrededores e intenta robarle a este instrumento, supuestamente el más fácil de aprender, una serie de tonos para poder acompañar una simple marcha.
«¿Tocas la tuba?» ¿Quieres formar parte de mi grupo?», me pregunta un señor con un notable acento muniqués. Me siento halagada. Pero la verdad es que no sé tocar la tuba. Por lo menos hasta ahora. Es uno de los días más calurosos del año y estoy toda sudada, en la tienda de instrumentos musicales «ars musica» en la Lindwurmstrasse para recoger la tuba de alquiler con la que compartiré mis próximos días.
El señor que me invitó a formar parte de su grupo musical también es cliente de la tienda. Pero no tengo tiempo para seguir conversando con él; vuelve el propietario de la tienda, Roland Fritsch, que coloca la tuba, boca abajo sobre el suelo. El mero intento de coger el instrumento finaliza con un fracaso. Es tan grande y difícil de manejar que no se me ocurre una buena idea de cómo cogerla.
La música de latón está experimentando un resurgimiento desde hace algún tiempo: no sólo en Baviera, sino a nivel internacional. A más tardar desde que Beyoncé comenzó como cabeza de cartel del Festival de Coachella con una formación completa de banda de música, la música de metal ha vuelto a ser un éxito.
El señor Fritsch me muestra y explica todo con muchísima paciencia y los dos nos damos cuenta de que mi mano es demasiado pequeña para el instrumento, si pongo mi pulgar de la forma correcta en la anilla, no llego con los dedos hasta las válvulas. Pero si solo hago el amago de meter el pulgar en la anilla, no puedo coger bien el instrumento, ¡la tuba pesa de verdad! Así que buscamos una cinta adaptada a mi altura y la sujetamos al instrumento.
Roland Fritsch eleva el instrumento, yo me coloco bien la cinta y... ¡tatatachán!, me queda perfecta, pero ya estoy agotada y ni siquiera he hecho el intento de soplar por la boquilla.
Durante muchos años, la música de instrumentos de viento parecía ser más bien de pueblo y poco moderna, pero hace una temporada que goza de buena reputación. No solo en Baviera sino a nivel internacional. Lo más tardar desde que la artista Beyoncé, cabeza de cartel del festival de música de Coachella en 2018, arrasó en el escenario acompañada de un nutrido grupo de vientos y percusión e interpretó, entre otros, una pieza de la legendaria banda de Nueva Orleans «Rebirth Brass Band», la música de instrumentos de viento ha recuperado su swag.
Roland Fritsch coloca la tuba en el suelo con la abertura hacia abajo. Ya he fallado al tratar de recogerlo. La cosa es tan grande y difícil de manejar que no tengo ni idea de cómo sostenerla.
En el grupo de los instrumentos de viento, la tuba incluso parece infravalorada, a pesar de su versatilidad que, a diferencia del saxofón, hace que se pueda emplear en todo tipo de géneros. Eso sí, tengo una cosa muy clara los tubistas son capaces de llevar gran peso, además se dice que son los chicos de la última fila, los que van más a su rollo.
Entre los músicos se suele contar un chiste de un niño que aprenda a tocar la tuba. Tras su primera hora de clase su papá le pregunta qué tal le ha ido y el niño responde con entusiasmo: «¡Hoy he aprendido a tocar la c!». El segundo día dice: «¡Hoy he aprendido a tocar la g!». El tercer día el niño no llega a casa después de su hora de clase. No vuelve a casa hasta entrada la noche y a la pregunta de su preocupado padre de por qué llega tan tarde responde: «¡Tuve un concierto!» El mensaje queda muy claro: No se tarda mucho en aprender a tocar la tuba de tal forma que se pueda actuar. ¡Ahora voy yo!
La banda a la que me quiero unir como tubista se llama «Oansno» («uno más» en bávaro) y su música se clasifica como nueva música folklórica de Baviera. El término se aplica a bandas con diferentes estilos musicales, entre ellos la banda «La Brass Banda» que fusiona la música de los Balcanes y Baviera y cuya popularidad va más allá de los límites territoriales del Estado Libre; los «Moop Mama» con su nota hip hop y los «G.Rag und die Landlergeschwister» con su toque más bien folk, y claro, los chichos de «Oansno» que fusionan la típica música bávara con ritmos provenientes del reggae o ska y el pop balcánico. Los instrumentos de viento desempeñan un papel decisivo.
Supuestamente no se necesita mucho para poder tocar la tuba de tal manera que puedas actuar en un concierto. Me gustaría probar eso. En el segundo intento obtengo un tono del instrumento. O al menos un sonido entre la vuvuzela y el pedo.
De hecho: «No es difícil dar los primeros pasos», esas fueron las palabras del cantante de «Oansno» durante nuestra llamada telefónica mucho antes de que yo hubiera ni cogido por primera vez una tuba. A mi me parece casi imposible robarle un solo tono a este instrumento, pero el acordeonista me tranquiliza. «¡Qué va, si es muy fácil! Media hora y ya sabes cómo va la cosa. Está chupado.» Y es verdad, mi segundo intento en la tienda de música me demuestra que soy capaz de hacer sonar el instrumento. Quizás debería decir que se trata más bien de un ruido, una cosa entre vuvuzela y pedo.
No importa, estoy encantada y no hay quien me pueda parar, ahora mismo voy a empezar a ensayar. Me cuelgo la tuba de la espalda, me monto en mi bici y me dirijo de vuelta a casa. Atravieso Sendling, paso por el Grossmarkthalle (Mercado Central), y Alten Utting (café), cruzo la plaza Roecklplatz y el puente Wittelsbacher Brücke (puente).
Es un auténtico placer atravesar Múnich en bici con una tuba a la espalda. Se lo recomiendo a todo el mundo. En cuanto la gente se de cuenta de que llevo un enorme instrumento de viento-metal a la espalda me sonríen o asientan con la cabeza en señal de su reconocimiento. Los padres dan un toque a sus respectivos niños para señalar hacia mí. Los viejecitos que están de tertulia delante de un bar sonríen y me saludan con la mano. En Untergiesing me silva una persona, pero no para ligar sino que silva una melodía completa. Un conductor aprovecha el atasco en Candidberg para mostrarme sus pulgares a modo de aprobación y al pasar por el Sechziger-Stadion (el estadio de fútbol de TSV 1860 Múnich) una furgoneta no deja de pitarme hasta que les devuelvo el saludo con la mano.
La tuba se considera tan bávara como la Maßkrug (la típica jarra de cerveza de Baviera) y los pantalones de cuero. No hay orquesta tradicional que funcione sin una tuba. La tuba es indispensable para toda fiesta tradicional y procesión folclórica; la tuba incluso apoya los cánticos de los fans del FC Bayern en el Allianz Arena.
La tuba evoca en mí recuerdos de mi infancia y juventud, tanto su visión como su sonido, su presencia es típica en toda verbena, Fiesta de San Juan y fiesta de inicio de la primavera. Para mí, la tuba es tan bávara como otras pocas s cosas más, por lo que casi me asusto al descubrir que la tuba se inventó en Berlín y se patentó allí por el 1835. El instrumento más bávaro de toda banda de viento en realidad es un invento para las bandas militares prusianas, es decir para lo que consideramos el mayor enemigo de Baviera.
Al contárselo a Franz de «Oansno» este niega con la cabeza. No es verdad, la tuba es muchísimo más antigua, ya se nombra en textos cristianos de tiempos ancestrales. No me parece veraz, pero él sigue insistiendo. «¡Qué sí, qué sí!» y comienza a recitar el Padre Nuestro: «Vater unser, der Tubist im Himmel …» [Juego de palabras debido al sonido similar de «Du bist» (Tú estás) y «Tubist» (tubista)]. El viernes, el día elegido para mi supuesta actuación, hace aún más calor. Por la mañana meto mi tuba en el maletero, paso a recoger al fotógrafo y emprendemos el viaje en dirección a Eching, un municipio al norte de Múnich.
En un recinto cercano al lago Echinger See se celebra todos los veranos un festival de música de viento de cuatro días de duración, el «Brass Wiesn», este año con 12.000 visitantes. Los cabezas de cartel 2018 son «La Brass Banda» y la banda de rock’n’roll bávara «Spider Murphy Gang». La actuación de «Oansno» está planeada para poco antes de las doce. Un centenar de personas observan el escenario, todas ellas listas para bailar y disfrutar, y de repente, tengo una cosa muy clara: ¡No puedo subir a ese escenario! ¡Por nada del mundo! ¡Imposible! ¡Jamás!
¿Un ataque de miedo escénico? A lo mejor... Pero en realidad he llegado a la conclusión, que los cuatro tonos desafinados que consigo arrancarle a mi tuba no son ni mucho menos que suficiente para actuar sobre un escenario y acompañar a una banda, seguro que me hubieran abucheado, y además, con toda la razón del mundo. Así que nada, dejo la tuba en el suelo, me relajo y disfruto del concierto como parte del público. La gente disfruta de lo lindo. Franz da un paso hacia adelante para un solo con la tuba, una maravilla que me da vergüenza y confirma que he tomado la decisión correcta al no subir al escenario.
Es un auténtico placer atravesar Múnich en bici con una tuba a la espalda. En cuanto la gente se de cuenta de que llevo un enorme instrumento de viento-metal a la espalda me sonríen o asient
Los tres tonos desafinados no son bastante para una actuación... Después del concierto converso con el tubista Franz sobre diversos temas relacionados con el instrumento. Lleva tocando el instrumento desde sus ocho años e igual que a mí, le encanta la sensación de pasearse por el mundo con el gran instrumento a la espalda. «La gente es mucho más amable».
Una semana más tarde me despido de mi tuba. «Y qué, ¿te decides a aprender a tocar la tuba?», me pregunta Roland Fritsch mientras le devuelvo su instrumento. «Creo que no», le digo. «Pero quizás vuelva a alquilarme el instrumento para dar con él una vuelta en bici por Múnich. Me parece realmente genial.»