A pesar de que Ludwig II (1845 a 1886) hubiera nacido en Múnich, donde también está enterrado, la verdad es que nunca mostró tener un especial afecto por Múnich. De hecho, el rey de los cuentos de hadas prefería la soledad que se respiraba en sus castillos a las faldas de los Alpes.
En una carta al conde Dürckheim, llegó a describir a su ciudad residencial como una «ciudad odiada y desalmada». Y tampoco se quedaba corto cuando se dirigía a sus súbditos muniqueses, a los que describía como «vagos e ignorantes», el rey era, sin duda, distante con su gente.
Por otra parte, los ciudadanos le negaron su respeto y pasaron a burlarse de su tímido rey, el cual había creado un mundo de fantasías en las faldas de los Alpes con sus castillos de Linderhof , Neuschwanstein y Herrenchiemsee, donde se escapaba cada vez que podía. En la actualidad, Ludwig II es mundialmente famoso por haber erigido magníficos edificios lejos de la gran ciudad.
Si en algún momento el rey y Múnich han estado unidos por una profunda aversión, esto se ha dado sorprendentemente en la actualidad, como lo demuestran los numerosos bustos y monumentos que existen en honor a Kini («querido rey» en el idioma bávaro). Si quiere seguir los pasos del rey de los cuentos de hadas en Múnich, el mejor lugar para empezar la ruta es en el Palacio de Nymphenburg, donde nació en 1845. En la habitación donde nació se puede ver busto de niño del príncipe heredero. Sus magníficos carruajes y trineos, así como las pinturas de sus caballos favoritos, se exhiben en el Marstallmuseum, que forma parte del Palacio de Nymphenburg.
Ya de adulto, Ludwig se mudó a una vivienda situada en el tercer piso del pabellón noroeste en la Residenz, el palacio de ciudad de la familia Wittelsbach en el centro de Múnich. Desde el palacio familiar el rey se encontraba a poca distancia del teatro Cuvilliés y el teatro Nationaltheater, donde se representaron un centenar de actuaciones entre 1872 y 1885 exclusivamente para el solo.
Su misteriosa forma de vida, sus peculiares preferencias y su enigmática muerte el 13 de junio de 1886 en el lago Starnberg crearon tras su muerte un nimbo de cuento de hadas que hizo que quedara olvidado en un mundo celestial.
El rey encontró su último lugar de descanso en la cripta de St. Michael en la actual zona peatonal. Las circunstancias de su muerte siguen siendo hoy en día un misterio, lo que da lugar a muchas especulaciones y teorías conspiracionistas. Las repetidas peticiones para que se abriera su sarcófago en la cripta principesca para poder buscar rastros de agujeros de bala en el cadáver no siguieron adelante debido al rechazo por parte de la familia Wittelsbach.